Llamada
No había nadie en el bar salvo ellos
dos, una pareja de adolescentes sentados frente a frente, bebiendo inocentes
refrescos de naranja. En la mesa entre los vasos habían dejado abiertos los
teléfonos móviles, que sonaban a veces y entonces él o ella se ponía a charlar
alegremente con un ser ajeno e invisible mientras el otro se quedaba hierático.
El chico estaba muy enamorado de la chica, pero era incapaz de manifestarle su
pasión. Sólo se atrevía a mirarla con intensidad a los ojos y ella ya había
captado las turbulencias del corazón de su amigo y también le amaba, pero no
podía ayudarle en nada, debido a su extremada timidez. Hablaban de cosas
anodinas, sin comprometerse en absoluto. Las palabras iban del uno al otro
directamente a través de la vibración del aire sobre el mármol de la mesa. El
chico necesitaba declararle su amor y la chica esperaba que lo hiciera ya de
una vez, un sueño imposible, porque entre ellos había una barrera psicológica
insalvable. Cualquier gesto o inflexión de voz, al estar sus rostros tan cerca,
podía delatar un sentimiento íntimo y eso les llenaba de terror. Había media
luz en el bar, el hilo musical vertía una melodía propicia y los labios de los
enamorados permanecían a una mínima distancia infranqueable. El corazón de los
adolescentes tiene hoy un compartimento más. Se compone de dos ventrículos, de
dos aurículas y de un teléfono móvil, que también bombea sangre. De pronto,
este joven tímido y enamorado tuvo una inspiración. Usó el móvil para hablar
con la chica que tenía delante sin dejar de mirarla profundamente a los ojos.
Cuando sonó la llamada la chica descolgó. La pareja comenzó a hablarse de forma
descarnada como si fueran invisibles. Ninguno de los dos ignoraba que a través
de los móviles su voz se convertía en ondas electromagnéticas, viajaba al
espacio sideral y luego volvía para penetrar en el cerebro del otro.
Brutalmente desinhibido el chico le dijo la amaba. La chica le contestó que
todas las noches soñaba con él, pero sus expresiones de amor sin amarras tenían
dos vehículos: una voz recorría el aire sobre la mesa del bar por medio de la
vibración natural y sonaba terriblemente vulgar; la otra bajaba desde un
satélite de la estratosfera cargada de libertad e imaginación. "Te amo, te
amo"-le decía el chico. "Oigo dos voces a la vez, ¿a cuál de ellas
debo creer?"- preguntó ella. El chico le dijo que creyera en el amor que a
través de las ondas magnéticas le llegaba por la sangre hasta el corazón.